jueves, 26 de junio de 2014

Catharsis, the purging of emotions

Nunca se me dieron bien las despedidas. Al menos no si no eran por escrito. Sabes, había pensado muchas veces sobre el momento pero siempre cortas con una lágrima afilada la idea alegando "que aún queda, así que disfrutaré del momento". Un abrazo, y otro. No me apetecía besarte. Tan solo abrazarte (quizá con la intención de sujetarte lo suficientemente fuerte para que te quedases) y sentir por última vez el roce de tus labios en mi oreja y pegar mi nariz a tu cuello y sentir tu olor. Ese lugar era como mi segundo hogar (si no el primero). Como la sensación de quitarte los tacones después de una noche de fiesta, como el primer baño del verano, como el primer rayo de sol que te calienta tras el invierno, como meterte en la cama tras un duro día, como no sé, como estar entre tus brazos en definitiva. Nunca lloraría frente a ti, dije. Así que no dije ni una palabra para que no explotará el nudo de mi garganta en lágrimas y me limitaba a mirarte a los ojos mientras tú me acariciabas por última vez el pelo por la nuca. No sé ni cómo ni por qué al final acepté que tenía que aflojar y soltar, y bajaron mis brazos.
Esa espalda que tantas veces había besado y acariciado (si no arañado) me daba la espalda ante una puerta que se abría de par en par al detectarle. Con su nueva maleta gigante color caqui para su nueva etapa (si no vida). Lejos de mí (si no sin mí).
No es lo mismo permanecer en un mismo lugar sin ese alguien, que ir a un lugar nuevo sin esa persona preciada, siempre he pensado. Y no sé, eso lo hace más duro.

-A.

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