Había muchos obstáculos y no hacíamos más que chocarnos contra la pared. A veces conseguíamos derrapar. Amortizar el golpe. Pero armada de paciencia pensé de que si nos damos suficientes cabezazos contra la pared al final acaba cayendo abajo. Cada vez los golpes parecían doler más y no eran más que constantes cabezazos, uno tras otro. Y un día te planteaste que quizá nos estábamos dando cabezazos contra la pared equivocada. Y abandonaste, dejaste de chocarte con la pared cuando te diste cuenta de que quizá yo era tu obstáculo. Pero mientras yo sigo chocando. Una y otra vez, y no consigo saber por qué la mía no cae. Esta pared parece ser más fuerte que yo, y desespero.
-A.