A menudo,
sobre todo por las noches, se oyen cabezazos en la pared de mi cuarto. Vienen
del número 4, el piso de al lado. Sí, cabezazos. Sé que son cabezazos, porque yo
a veces me doy algunos de esos, solo que sin querer. Ella lo hace a propósito. Totalmente
intencionadamente. Ahora pensaréis, ¿qué clase de masoquista se da cabezazos
contra una pared por las noches? Pero a que no habéis pensado, ¿qué clase de masoquista
sale a la calle y finge una sonrisa cuando realmente no quiere sonreír solo por no preocupar a los demás? Porque
no es que tiene ninguna razón para hacerlo. Peor. No tiene ninguna gana. Qué duele más: ¿el
fingir la sonrisa o darse el cabezazo? Un poquito de hielo puede bajar la
inflamación, pero quién le da ganas de sonreír a esta chica, eh, quién.
Lo que tiene
ser una anciana es que todo el mundo te pasa al bando de personas que están
perdiendo vista e oído, incluso la cabeza, y creen que no eres consciente de
nada. Y es divertido como esta joven me enseñará una sonrisa por las mañanas al bajar para ir
a trabajar. Algunos, los observadores, notarán algo de inflamación en su
frente, pero esos son detalles para los observadores. Los observadores son los
que ven con los ojos los que ojos de otros no ven. Después estamos los que no
vemos con los ojos. Esos somos los que vemos más allá, cosas
como sentimientos. Como la tristeza.
¿Cuántos os habéis quedado en la pregunta de qué duele más?
O venga, otra pregunta, qué os parece más lógico: ¿darse golpes contra la pared implicando sufrir dos dolores, o darse golpes contra una pared para tener otro dolor por
el que preocuparse y olvidarse del otro? ¿Tener por fin un dolor al que puedes
encontrarle cura en vez de un dolor interior terriblemente inevitable el cual no puedes sacar de dentro?
-A.