lunes, 24 de octubre de 2011

En busca de la harmonía

Confieso cómo me sentía y me voy. Confieso algo que no había salido de mi boca, lo digo y si te interesa bien, y si no, también, y ya me voy. Digo adiós y no espero que me contestes, tampoco voy a esperar a que lo hagas, simplemente lo dije, quizá no merezco que lo hagas. A veces creo que no sabes que yo también me he sentido igual a cómo te sientes tú. No lo veo extraño. No me suele gustar que sea notable. No al menos en ese momento.
Pero sí que hace tiempo que no experimento sensaciones fuertes. Hace tiempo que no siento miedo, ni adrenalina, hace tiempo que no me arriesgo y no subo a ningún tipo de montaña rusa, pero también hace tiempo que no me ilusiono, que no echo de menos sin razón, que no siento tristeza tan profunda como para valorar el doble la alegría.
Aunque confieso que sí he sentido ganas de llorar, más que de vez en cuando, pero menos que siempre. Pero no lloro. Mi corazón se ha vuelto una especie de piedra. Pesa, pero no siente, no molesta. Ha convertido todas las sensaciones de reír tanto que sientes que te va a salir el pack de seis en la barriga y llorar tanto que crees que no acabarás nunca, en neutras. Ya no llego a extremos, sino todo a un punto medio, y sí, que es bueno que no me haya sentido terriblemente triste, pero siempre es bueno llorar, y me he dado cuenta de que prefiero llorar de cuando en cuando y reír al máximo, que no llorar y tan solo reír con moderación. Y que la sensación más fuerte que haya tenido últimamente sea la que me deja una película, por una parte me preocupa y por otra simplemente me hace pensar.
Aún así, me gusta tener la mente tranquila y poder sentarme en la arena, serena, y dejar atrás las emociones. Beatus ille y todo a su tiempo...

-A.

miércoles, 19 de octubre de 2011

El tiempo en el que te quería




Y te vi. Cuando pasas mucho tiempo sin ver a una persona, al final acabas viendo a esa persona como te gustaría que fuese, en la situación en la que a ti te gustaría que se encontrasen. Pero yo te vi, ahí como siempre en la playa de San Agustín, pero besando a una chica.
Sí, era solo un beso. Pero suficiente para abrir los ojos y darme cuenta de lo poco que me habías echado de menos, de lo poco que te esmeraste en encontrarme, de lo poco que te molestaste en ir a buscarme a mi casa a tres metros de la tuya en San Agustín, de lo estúpida que había sido al desperdiciar mi tiempo imaginando como sería volverte a ver.
Y, bueno, ¿sabes qué? Quemé esa caja, en una hoguera gigante en la playa de Las Canteras que hacen en una de las primeras noches de verano, donde un montón de personas depositan cosas que ya no necesitan. Y yo, deposité la caja
Y sin tú si quiera saberlo ni darte cuenta, me quemaste, y me rompiste.

-A.

domingo, 16 de octubre de 2011

El tiempo en el que te quería

Y entonces a la mil primera persona que le conté la historia me contestó algo que ninguna de esas mil personas sabedoras de la historia me habían dicho. Me dijo que esa caja no estaba llena ni de cartas, ni de figuritas del huevo kinder ni de fotos; estaba llena de mi esperanza, de mi ilusión... y con mi corazón. Que al entregarte esa caja, te ponía literalmente en la manos la oportunidad de romperme.
Tú solo verías una caja en la que habían simples detalles tontos, pero en esa caja estaba todo lo que alguien te podría entregar, y tú lo más probable es que ni te percatases.


-A.


viernes, 14 de octubre de 2011

El tiempo en el que te quería


Y guardaba todo esto en una caja. Sí, eran pequeñas cosas, más bien boberías, pero cada una de ellas por ti y para ti. Desde la piedra de la playa de aquel día que nos conocimos hasta la entrada de la última vez que fuimos juntos al cine. Y no sé si tú sabías hasta qué punto, pero había algo especial, y tú de eso sí eras consciente. Vale, que era una gran amistad, pero no sé si a alguien se le puede dar pan para quitarle la sed, y yo tenía sed de ser tuya. Así que decidí guardar en esa caja infinidad de cosas: mil carta que te escribí y no te las daría, los estúpidos muñequitos del huevo Kinder que me dabas diciendo sarcásticamente que los guardase con mucho amor (pero yo aún así lo haría) hasta fotos de días inolvidables contigo. Todo, todo para ti, al igual que mi corazón: todo para ti.
Y entonces conté esta historia a mil personas. Nuestra historia. Nuestra montaña rusa, nuestra amistad, nuestras discusiones, nuestras noches en verano, hasta nuestro alejamiento. Y sí, lo último no era muy agradable, pero me encantaba contar esa historia. Me encantaba hablar de ti, y por muy desagradable que sonase ese alejamiento, no era el final de la historia. Aún no había final. Sabes, es esperanza aquello que te quema por dentro diciéndote cosas del corazón que contradicen la cabeza, y yo deposité todas mis esperanzas en ti, en aquella caja que te recordaría todo lo que éramos, y que yo daba por supuesto, volveríamos a ser. 
-A.


(Parte 1)

Genuina


Cada día te levantarás, y te mirarás en ese espejo, solo para decirte lo horrible que estás, solo para buscarte defectos, uno tras otro, antes de que nadie más los pueda ver. Solo para acomplejarte más, si es posible.
Y te mirarás unas mil trescientas veces más en ese maldito material reflejante antes de salir, esperando que al salir que cualquiera pase, que alguna persona se pare y gaste una mirada en ti
Pero no lo hago por esa persona que me encontraré en la calle, lo hago por una persona que espero que mire más allá del canon de belleza, lo hago por ti, porque me pregunto, si alguna vez te paras y piensas: dios, es preciosa. Pero no mirando a este rostro como a cualquier otro, pero que tú, que espero que mires a través de esta cara, una cara entre siete mil millones más. Tú, que mires a través de mí, a mi corazón que ansia dejarte abarcar aún más que ese tercio para estar seguro antes de darte la oportunidad de romperlo completamente, y recibir un pequeño trocito del tuyo. Que mires aquí, a la belleza que tengo en el interior, porque la belleza exterior últimamente la puede conseguir cualquiera, pero la de dentro no tantos.




-A.

domingo, 9 de octubre de 2011

Como si Pinnocho alguna vez fuese a ser un niño de verdad

Necesito… necesito… 
Ya sé que necesito. Necesito un cambio. No un pequeño cambio, necesito un cambio de aires. Necesito escapar de la rutina. Necesito escapar de la restricción , y sin ser esclavo de la libertad. Sin ser libre. Ser una palabra que nunca ha existido, ni llamarlo ser independiente, ni un alma libre, ser… ser yo.  Necesito ver las hojas naranjas caer, saltar charcos con o sin botas de agua, y ver la nieve, vestida con gorrito y guantes. Estar pérdida en un lugar completamente extraño y volver a mi casa, que es solo mía, lejos. Evitar cualquier preocupación de a quién se le pasa por la cabeza qué, quitar las nubes que nublen mi día. Necesito tumbarme en la arena, sí, y cubrirme toda en ella sin preocuparme, quiero ir a una playa donde por fin no haya ni un alma, solo yo y el sonido del mar. Sí… Necesito trepar un árbol, y construir con tablas de madera un refugio y tocar mi guitarra, solo para mí, en la intimidad y a la vez al aire libre.

Necesito algo que nadie me puede dar. Necesito dejar de pedir lo imposible.






-A.