domingo, 24 de agosto de 2014

I'd once dreamt I would drink




Maldita resaca. Nueva York, qué bonita eres, pero qué solo me haces sentir. Pubs llenos de chicas glamurosas, que se ríen entre copas, intentando lo mejor posible disimular las ansias que tienen de que le acaricien el pelo, y continúen las caricias con la mano hasta la cintura, y midan sus largas piernas con la unidad de besos mientras ellas están borrachas. Pubs llenos de hombres que intentan interpretar el papel de su vida de chico romántico, atento y buen escuchador que no sigue herido desde la última vez que se enamoró de la chica equivocada. Nueva York. Nueva York de noche, cuando sale la ciudad a las carreteras pintadas de amarillo y luces y pitas y sirenas, la ciudad que no duerme. Donde, de camino al metro de noche, aún ves a los obreros seguir el trazo de las chicas a través del paso de peatón, subiéndoles la autoestima. Nueva York de noche. Nueva York de noche de verano. El aire es cálido y me quedaría en el suelo de Bryant Park para siempre, a pesar de que no se pueda apreciar las estrellas. Pero es esta sensación. Esta sensación de que nunca hay silencio, de que nunca hay inactividad. De que todo el mundo va con prisa, de que todo el mundo está ocupado, todos con cosas que hacer, todos con alguien con quien salir. Todos con sus cafés ardiendo en la izquierda y el móvil en la mano y oreja derecha. Y es eso, toda la esencia de Nueva York que te hace enamorarte en medio del ruido y la suciedad, me hace odiarla a la vez porque me hunde. Su gente. Cada uno con su historia. Ansiosos por contarla. Y tú con la tuya. Deseando no contarla, para que tu corazón consiga anesteciarse durante unos momentos.

-A.