sábado, 15 de marzo de 2014

Fatum

Se halla en un estado catatónico la mayoría del tiempo. No solo dice palabras fuera de contexto y sin sentido, sino que tiende a hacer cosas de demente. No sé si se está dejando llevar o si se le estaba llevando el juicio experiencias pasadas, por eso pretendo analizar los recuerdos que aún tiene y se atreve a compartir. Enciende la chimenea los días de más calor y se pone sandalias los días que nieva. Pero no siente frío. No siente calor. Diría que no siente por su forma insensible de caminar, pero sé que algo la reconcome por dentro y llegaré a él.

Emily Watt salía de su casa con las mejillas sonrojadas el dos de julio de mil novecientos sesenta y tres con un traje a lo Audrey Hepburn en Desayuno con Diamantes aunque carecía del habitual tabaco, ya que Emily no soportaba la constante emisión de humo que soltaba ese palo de cáncer. Nadie sabía a dónde se dirigía, pero todo parecía sonreírle. El portón gigante de madera antigua en un barrio moderno de Manhattan se cerró lentamente a medida que bajó el alto escalón de su portal veintitrés, los taxis se paraban a su paso buscando una bella damisela en apuros a la que llevar a su destino. Nadie sabía que el destino de la elegante pero sencilla, a veces algo extravagante, Emily Watt sería un estado de delirio entre cuatro paredes blancas.

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